VIDA COTIDIANA
Madrid, 3 de marzo de 1937
EL RACIONAMIENTO DEL PAN EN MADRID
Cuando ya creíamos que el invierno había concluido vuelve el intenso frío a la ciudad. Los chicos salen a recoger las ramas secas de los árboles porque cualquier combustible viene bien para calentar la comida diaria. El guiso de lentejas es el más corriente en hogares y comedores colectivos. En Madrid no va ha quedar ni un árbol ya que el pueblo se dedica a cortarlos, habiendo suficiente leña si se hiciera una poda ordenada de todos los árboles. Se ha pasado el invierno con escasez de carbón, muchos sin prendas de abrigo, sin calefacción y la mitad de la población casi no come. Bombardean y las colas no se deshacen. La dificultad de abastecimiento a la ciudad ha sido una constante desde que empezó la Batalla de Madrid y ha provocado un alza generalizada de los precios con el consiguiente acaparamiento y la aparición de un mercado negro al que llaman estraperlo.
Luis Nieto, delegado de la Junta de Defensa de Madrid, ha declarado que en el mes de enero entraron por término medio diario 518 toneladas de alimentos para la población civil, siendo lo mínimo que se necesita 2.000 toneladas de víveres. La carne, el pescado y los huevos son los alimentos más caros. El racionamiento del pan ha llegado a Madrid y la ración diaria se ha fijado en 300 grs.
La Comisión Nacional de Abastos ha enviado a Madrid cargamentos de víveres, tasando los precios a los que deben salir a la venta: el precio de las naranjas es 0,25 pesetas la docena; la coliflor 0,75 la pieza normal; los repollos tipo corriente 0,70 pesetas la pieza; las lechugas 0,15; las patatas 0,40.
La ciudad está dividida en dos sectores, uno militar y otro civil, con puestos de control a lo largo de la línea que separa uno del otro. Los hay en la calle de Ventura Rodríguez y en la glorieta de San Bernardo, entre otros. La guerra está a una parada de tranvía, que circulan por los bulevares y llevan viajeros hasta el mismo frente.
Pero en realidad la ciudad esta dividida entre los barrios sometidos a los bombardeos y los barrios indultados, de modo que muchos ciudadanos han ocupado viviendas instalándose en las manzanas de aquellos que presentan menos peligro. Después de cada bombardeo, cuando el tranvía circula, otra vez vuelve la normalidad. Prosiguen las tareas de desescombro y clasificación de materiales de desecho, porque se ha organizado una industria de recuperación de aquello que pueda ser reutilizado por una ciudad en la que escasea de todo. Los madrileños llenos de vitalidad siguen acudiendo a los cines, a teatros y cafés, que siempre han sido centro de tertulias.
Cuenta Maria Teresa León que los barberos de Madrid formaron un batallón y lo llamaron de los Fígaros, tras la entrada en combate regresaron prefiriendo algún puesto para rapar las barbas en la retaguardia y ahora hacen muy bien su labor en la peluquería móvil de la 1ª Brigada Mixta compañía Jefe Líster.
Como ha escrito Antonio Machado, la gran ciudad ha cambiado totalmente de fisonomía y en ella se advierte un extraño fenómeno: la súbita desaparición del señorito. Ese señoritismo que nada tiene que ver con los cuellos planchados, las corbatas, los sombreros o el lustre de las botas.
Los bombardeos pretenden sembrar el terror en la población, y junto a este, otro tipo de terror ha hecho acto de presencia, la incertidumbre, el miedo, fomentado por una idea que sobrevuela desde el comienzo de la guerra, la existencia de la quinta columna. En una ciudad con más de un millón de almas no todos pueden estar de acuerdo ni participar de la misma causa, y es por eso que los hay atemorizados ,escondidos, camuflados, refugiados en embajadas, y otros que han sido víctimas de los excesos de quienes arbitrariamente se han tomado la justicia por su mano.
Carmen Dalmau / Raúl Domingo.
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